Lección
de Luis Pescetti del libro Natacha
– Mami, ¿me ayudás a repasar la lección?
– A ver, dame, ¿Los cinco sentidos?
– Sí. Ahí va…
– Dale, empezá…
– Sí, ya empiezo…
– …
– … (se arregla el pelo).
– ¿Y?
– Me estoy preparando, mami, esperáte, no seas así.
– ¿Te estás preparando qué, Natacha?
– ¡Me estoy preparando, mami! ¡Pará, que si no no me concentro!
– ¿Y si mejor te concentrás primero y después me llamás?
– Esperá mami, no seas así. Ahí va, Lección los cinco sentidos, página dieciocho…
– ¡¿ … ?! ¡¿Página dieciocho?!
– ¿No dice página dieciocho?
– Sí, pero ¿qué importa? A ver, seguí
. – Esperá que empiezo de nuevo, Los cinco sentidos. Página dieciocho. Los cinco sentidos son cinco. Sus cinco nombres son, la vista, el olfato, el gusto, oír y oler…
– Natacha, pará.
– ¡Ay, mami! ¡Así no vamos a terminar más!
– ¡Detente, animal feroz! como diría tu padre; para empezar dijiste nada más cuatro y después dijiste oler y olfato.
– ¿Es oler y nariz?
– No, Nati, el nombre del sentido es olfato, el órgano es la nariz y con la nariz se huele.
– …
– ¿Entendiste?
– ¿Qué?
– Si entendiste lo que te expliqué.
– Mami, esperá porque estaba pensando una cosa, ¿cómo hacen los peces para oler y que no se les vaya el agua a la garganta?
– Nati, los peces viven en el agua, nadan, respiran, tragan agua, no les molesta.
– … a menos que huelan para afuera ¿no?
– … (uno, dos, tres, cuatro… )
– … y entonces el agua que sacan no se les mete tanto en la garganta.
– Después te lo explico, ahora no te hagas la interesada en la naturaleza y seguí la lección
– Ufa. Ahí va, los cinco sentidos, página dieciocho…
– ¡Y dale! Natacha… ¿me querés explicar para qué decís el número de la página?
– No, lo que pasa es que con las chicas estamos haciendo un concurso de prolijidad…
– ¿¡Qué?!
– Sí, mirá, Claudia, Laura y Tere son las Chicas Coral y Pati y yo somos las Chicas Perla ¿ves?
– ¿Se ponen capa, Nati, o así nomás?
– No, mami, es en serio y antes de entrar al salón nosotras decimos, ¡Viva las Chicas Perla! y ellas gritan lo de ellas pero nosotras entramos primero y ni las oímos y entonces ellas siempre vienen y nos gritan de nuevo, más cerca, pero nosotras hacemos las que no las oímos…
– ¡Ay; pero qué lindas compañeritas!
– … escuchá, mami, y entonces, vieras, ellas se ponen todo así ¿no? y nos siguen hasta los lugares y el otro día nos gritaron tan fuerte que justo pasaba la bigotuda …
– ¿La bigotuda?
– La Directora, mami…
– … (socorro).
– … y justo pasaba la bigotuda por la puerta ¿no? Y las llamó y las hizo ir al frente ¡Y les pegó un reto, mami! ¡Buenísimo!
– ¿¡Cómo buenísimo, Nati!?
– Sí, así, largo y les digo y que esto y lo otro y todo así ¿no? Y con Pati estábamos que nos moríamos de la risa ¿no? Y nos miramos y nos hicimos así con la mano, que cuando hacemos así con la mano quiere decir, ¡Viva las Chicas Perla! Nada más que lo usamos cuando es secreto ¿Ves, mami?
– (socorro) … sí.
– Y entonces nosotras les dijimos que ellas eran unas gritonas y ellas nos dijeron que nosotras éramos peores y Tere me abrió el cuaderno y dijo que yo era más desprolija …
– … bueno, no conozco a Tere, pero…
– … pará, mami, escuchá, y entonces Pati me salió a defender y les dijo que si querían hacíamos un concurso de prolijidad para que vieran que nosotras éramos las más prolijas y ellas dijeron que bueno y ya lo empezamos y la señorita es la jueza que dice.
– ¿Qué dice ella?
– Y, quiénes son más prolijas, si las Chicas Coral o las Chicas Perla, pero medio no quiere porque dice que ya la tenemos harta.
– ¿De veras? no lo puedo creer.
– Bueno, mami, dale tomame la lec… ¡che, mami! ¿¡No querés ser de las Chicas Perla?!
– Nati, esos son juegos de ustedes.
– ¡Dale, mami, somos las mejores, dale…!
– (ay) … bueno.
– ¡Buenísimo! ¡Después la llamo a Pati y le cuento! Ahora dale…
– Dale ¿Qué?
– … y, tenés que decir…
– ¿¡Qué?!
– ¡Viva las Chicas Perla! ¿Ves? Y me empezás a tomar la lección así les ganamos… dale, decime…
– … (ay) … ¿así diciendo o nada más con la mano?
– Como quieras, mami, recién entraste a las Chicas Perla; hasta que te salga bien hacélo así nomás.
– … (socorro haciendo nada más con la mano).
Extraído de https://www.luispescetti.com/leccion-2/
de Luis Pescetti del libro Natacha
– Mami, ¿me ayudás a repasar la lección?
– A ver, dame, ¿Los cinco sentidos?
– Sí. Ahí va…
– Dale, empezá…
– Sí, ya empiezo…
– …
– … (se arregla el pelo).
– ¿Y?
– Me estoy preparando, mami, esperáte, no seas así.
– ¿Te estás preparando qué, Natacha?
– ¡Me estoy preparando, mami! ¡Pará, que si no no me concentro!
– ¿Y si mejor te concentrás primero y después me llamás?
– Esperá mami, no seas así. Ahí va, Lección los cinco sentidos, página dieciocho…
– ¡¿ … ?! ¡¿Página dieciocho?!
– ¿No dice página dieciocho?
– Sí, pero ¿qué importa? A ver, seguí
. – Esperá que empiezo de nuevo, Los cinco sentidos. Página dieciocho. Los cinco sentidos son cinco. Sus cinco nombres son, la vista, el olfato, el gusto, oír y oler…
– Natacha, pará.
– ¡Ay, mami! ¡Así no vamos a terminar más!
– ¡Detente, animal feroz! como diría tu padre; para empezar dijiste nada más cuatro y después dijiste oler y olfato.
– ¿Es oler y nariz?
– No, Nati, el nombre del sentido es olfato, el órgano es la nariz y con la nariz se huele.
– …
– ¿Entendiste?
– ¿Qué?
– Si entendiste lo que te expliqué.
– Mami, esperá porque estaba pensando una cosa, ¿cómo hacen los peces para oler y que no se les vaya el agua a la garganta?
– Nati, los peces viven en el agua, nadan, respiran, tragan agua, no les molesta.
– … a menos que huelan para afuera ¿no?
– … (uno, dos, tres, cuatro… )
– … y entonces el agua que sacan no se les mete tanto en la garganta.
– Después te lo explico, ahora no te hagas la interesada en la naturaleza y seguí la lección
– Ufa. Ahí va, los cinco sentidos, página dieciocho…
– ¡Y dale! Natacha… ¿me querés explicar para qué decís el número de la página?
– No, lo que pasa es que con las chicas estamos haciendo un concurso de prolijidad…
– ¿¡Qué?!
– Sí, mirá, Claudia, Laura y Tere son las Chicas Coral y Pati y yo somos las Chicas Perla ¿ves?
– ¿Se ponen capa, Nati, o así nomás?
– No, mami, es en serio y antes de entrar al salón nosotras decimos, ¡Viva las Chicas Perla! y ellas gritan lo de ellas pero nosotras entramos primero y ni las oímos y entonces ellas siempre vienen y nos gritan de nuevo, más cerca, pero nosotras hacemos las que no las oímos…
– ¡Ay; pero qué lindas compañeritas!
– … escuchá, mami, y entonces, vieras, ellas se ponen todo así ¿no? y nos siguen hasta los lugares y el otro día nos gritaron tan fuerte que justo pasaba la bigotuda …
– ¿La bigotuda?
– La Directora, mami…
– … (socorro).
– … y justo pasaba la bigotuda por la puerta ¿no? Y las llamó y las hizo ir al frente ¡Y les pegó un reto, mami! ¡Buenísimo!
– ¿¡Cómo buenísimo, Nati!?
– Sí, así, largo y les digo y que esto y lo otro y todo así ¿no? Y con Pati estábamos que nos moríamos de la risa ¿no? Y nos miramos y nos hicimos así con la mano, que cuando hacemos así con la mano quiere decir, ¡Viva las Chicas Perla! Nada más que lo usamos cuando es secreto ¿Ves, mami?
– (socorro) … sí.
– Y entonces nosotras les dijimos que ellas eran unas gritonas y ellas nos dijeron que nosotras éramos peores y Tere me abrió el cuaderno y dijo que yo era más desprolija …
– … bueno, no conozco a Tere, pero…
– … pará, mami, escuchá, y entonces Pati me salió a defender y les dijo que si querían hacíamos un concurso de prolijidad para que vieran que nosotras éramos las más prolijas y ellas dijeron que bueno y ya lo empezamos y la señorita es la jueza que dice.
– ¿Qué dice ella?
– Y, quiénes son más prolijas, si las Chicas Coral o las Chicas Perla, pero medio no quiere porque dice que ya la tenemos harta.
– ¿De veras? no lo puedo creer.
– Bueno, mami, dale tomame la lec… ¡che, mami! ¿¡No querés ser de las Chicas Perla?!
– Nati, esos son juegos de ustedes.
– ¡Dale, mami, somos las mejores, dale…!
– (ay) … bueno.
– ¡Buenísimo! ¡Después la llamo a Pati y le cuento! Ahora dale…
– Dale ¿Qué?
– … y, tenés que decir…
– ¿¡Qué?!
– ¡Viva las Chicas Perla! ¿Ves? Y me empezás a tomar la lección así les ganamos… dale, decime…
– … (ay) … ¿así diciendo o nada más con la mano?
– Como quieras, mami, recién entraste a las Chicas Perla; hasta que te salga bien hacélo así nomás.
– … (socorro haciendo nada más con la mano).
Extraído de https://www.luispescetti.com/leccion-2/
Mandarina y la poción de ciruelas
de Horacio Alva
Había una vez una bruja
llamada Mandarina.
Tenía un despertador sin agujas
y una escoba con bocina.
Estudio magia y encantamientos
en una escuela a distancia.
En libros gordos invirtió su tiempo
con tal de espantar la ignorancia.
Sin embargo, poco aprendió de hechizos,
por distraída cada receta olvidaba:
¡convirtió a un príncipe en chorizo
y a un sapo en empanada!
Pero sin duda los peores tormentos
los sufrió Sócrates, su búho asistente:
ensayaba con él cada invento
que el pobre soportaba paciente.
¿Dormir? Apenas y cuando podía.
Mandarina no le daba descanso,
algunos días lo convertía en hormiga
y algunas noches en garbanzo.
Por eso y sin necesitar adivinación
nada bueno en su futuro imaginó,
y queriendo encontrar una solución,
a la bruja Sócrates le habló:
“Mire doña Mandarina
—dijo con educado hablar—
me cansé de su magia fina
y por lo tanto le voy a solicitar…
Esconda su varita de magia
en el ropero y bajo llave
no me hace ninguna gracia
que me hechice, a ver qué sale…”
Y así bruja y búho pasaban la vida,
entre encantos y desencantos,
aunque Mandarina lista y decidida
a escondidas un plan fue tramando.
“¿Qué ocurriría —pensó malévola—
si a este asistente malhumorado
le doy mi secreta poción de ciruelas?
Seguro lo convierto en mi amor soñado…
Por fin tendré un elegante novio
y daré celos a todas las brujas…
De todas, soy la más linda, obvio,
¡la Reina de las Marujas!”
Y una tarde, Mandarina disimulada,
la poción de ciruela a Sócrates dio.
Éste desmayado cayó de espaldas
y de nada más se acordó.
Pobre búho cuando despertó:
no tenía alas, ni plumas, ni pico.
Y eso no es lo peor:
¡luce ahora un terrible hocico!
“¡Qué horror!” Mandarina dijo en llanto
y con susto agregó:
“¿Qué hago con este espanto?”.
“Oink… Oink…” Sócrates respondió.
Y desde ese momento sucedió
que el hechizo jamás supo deshacerse,
aunque a Sócrates poco le importó,
como chancho, estaba feliz de verse.
Dejó de volar a la luz de la luna
y nadar en barro su gran pasión.
De su cola desaparecieron las plumas
y brotó un rulo pequeño y retozón.
“¿Me lo como a la parrilla?”,
pensó la bruja con resignación.
“Es mi peor pesadilla,
quería un novio… ¡No un lechón!
Y después de mucho meditar
en qué hacer con aquel cerdito:
“Lo mejor será condimentar,
con cebollas y ajo… mmm… ¡Qué rico!”.
Y una cacerola al fuego colocó
tres patas de rana… dos muelas.
“¿Qué más le agrego?”, se entusiasmó,
“¡ah, la poción de ciruelas!”.
Y la muy distraída no recordó
el horrendo poder de aquella poción.
La falta de memoria no es un don
cuando te hace olvidar la lección.
Cantando comenzó a agitar
el puchero que espantoso olía
y con la cuchara empezó a saborear
sin sospechar lo que le pasaría.
Pero al final no hubo tiempo de nada,
Mandarina pronto comenzó a tiritar
hasta caer al suelo despatarrada…
Y jamás, como bruja, volvió a despertar.
Y así, convertida en bella cerdita,
felizmente el amor soñado encontró.
En el pasado quedó su mágica varita porque
ese mismo día, con Sócrates se casó.
Extraído de https://bibliopoesias.blogspot.com/2016/08/mandarina-y-la-pocion-de-ciruelas-de.html
de Horacio Alva
Había una vez una bruja
llamada Mandarina.
Tenía un despertador sin agujas
y una escoba con bocina.
Estudio magia y encantamientos
en una escuela a distancia.
En libros gordos invirtió su tiempo
con tal de espantar la ignorancia.
Sin embargo, poco aprendió de hechizos,
por distraída cada receta olvidaba:
¡convirtió a un príncipe en chorizo
y a un sapo en empanada!
Pero sin duda los peores tormentos
los sufrió Sócrates, su búho asistente:
ensayaba con él cada invento
que el pobre soportaba paciente.
¿Dormir? Apenas y cuando podía.
Mandarina no le daba descanso,
algunos días lo convertía en hormiga
y algunas noches en garbanzo.
Por eso y sin necesitar adivinación
nada bueno en su futuro imaginó,
y queriendo encontrar una solución,
a la bruja Sócrates le habló:
“Mire doña Mandarina
—dijo con educado hablar—
me cansé de su magia fina
y por lo tanto le voy a solicitar…
Esconda su varita de magia
en el ropero y bajo llave
no me hace ninguna gracia
que me hechice, a ver qué sale…”
Y así bruja y búho pasaban la vida,
entre encantos y desencantos,
aunque Mandarina lista y decidida
a escondidas un plan fue tramando.
“¿Qué ocurriría —pensó malévola—
si a este asistente malhumorado
le doy mi secreta poción de ciruelas?
Seguro lo convierto en mi amor soñado…
Por fin tendré un elegante novio
y daré celos a todas las brujas…
De todas, soy la más linda, obvio,
¡la Reina de las Marujas!”
Y una tarde, Mandarina disimulada,
la poción de ciruela a Sócrates dio.
Éste desmayado cayó de espaldas
y de nada más se acordó.
Pobre búho cuando despertó:
no tenía alas, ni plumas, ni pico.
Y eso no es lo peor:
¡luce ahora un terrible hocico!
“¡Qué horror!” Mandarina dijo en llanto
y con susto agregó:
“¿Qué hago con este espanto?”.
“Oink… Oink…” Sócrates respondió.
Y desde ese momento sucedió
que el hechizo jamás supo deshacerse,
aunque a Sócrates poco le importó,
como chancho, estaba feliz de verse.
Dejó de volar a la luz de la luna
y nadar en barro su gran pasión.
De su cola desaparecieron las plumas
y brotó un rulo pequeño y retozón.
“¿Me lo como a la parrilla?”,
pensó la bruja con resignación.
“Es mi peor pesadilla,
quería un novio… ¡No un lechón!
Y después de mucho meditar
en qué hacer con aquel cerdito:
“Lo mejor será condimentar,
con cebollas y ajo… mmm… ¡Qué rico!”.
Y una cacerola al fuego colocó
tres patas de rana… dos muelas.
“¿Qué más le agrego?”, se entusiasmó,
“¡ah, la poción de ciruelas!”.
Y la muy distraída no recordó
el horrendo poder de aquella poción.
La falta de memoria no es un don
cuando te hace olvidar la lección.
Cantando comenzó a agitar
el puchero que espantoso olía
y con la cuchara empezó a saborear
sin sospechar lo que le pasaría.
Pero al final no hubo tiempo de nada,
Mandarina pronto comenzó a tiritar
hasta caer al suelo despatarrada…
Y jamás, como bruja, volvió a despertar.
Y así, convertida en bella cerdita,
felizmente el amor soñado encontró.
En el pasado quedó su mágica varita porque
ese mismo día, con Sócrates se casó.
Extraído de https://bibliopoesias.blogspot.com/2016/08/mandarina-y-la-pocion-de-ciruelas-de.html
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