Mandarina y la poción de ciruelas
de Horacio Alva
Había una vez una bruja
llamada Mandarina.
Tenía un despertador sin agujas
y una escoba con bocina.
Estudio magia y encantamientos
en una escuela a distancia.
En libros gordos invirtió su tiempo
con tal de espantar la ignorancia.
Sin embargo, poco aprendió de hechizos,
por distraída cada receta olvidaba:
¡convirtió a un príncipe en chorizo
y a un sapo en empanada!
Pero sin duda los peores tormentos
los sufrió Sócrates, su búho asistente:
ensayaba con él cada invento
que el pobre soportaba paciente.
¿Dormir? Apenas y cuando podía.
Mandarina no le daba descanso,
algunos días lo convertía en hormiga
y algunas noches en garbanzo.
Por eso y sin necesitar adivinación
nada bueno en su futuro imaginó,
y queriendo encontrar una solución,
a la bruja Sócrates le habló:
“Mire doña Mandarina
—dijo con educado hablar—
me cansé de su magia fina
y por lo tanto le voy a solicitar…
Esconda su varita de magia
en el ropero y bajo llave
no me hace ninguna gracia
que me hechice, a ver qué sale…”
Y así bruja y búho pasaban la vida,
entre encantos y desencantos,
aunque Mandarina lista y decidida
a escondidas un plan fue tramando.
“¿Qué ocurriría —pensó malévola—
si a este asistente malhumorado
le doy mi secreta poción de ciruelas?
Seguro lo convierto en mi amor soñado…
Por fin tendré un elegante novio
y daré celos a todas las brujas…
De todas, soy la más linda, obvio,
¡la Reina de las Marujas!”
Y una tarde, Mandarina disimulada,
la poción de ciruela a Sócrates dio.
Éste desmayado cayó de espaldas
y de nada más se acordó.
Pobre búho cuando despertó:
no tenía alas, ni plumas, ni pico.
Y eso no es lo peor:
¡luce ahora un terrible hocico!
“¡Qué horror!” Mandarina dijo en llanto
y con susto agregó:
“¿Qué hago con este espanto?”.
“Oink… Oink…” Sócrates respondió.
Y desde ese momento sucedió
que el hechizo jamás supo deshacerse,
aunque a Sócrates poco le importó,
como chancho, estaba feliz de verse.
Dejó de volar a la luz de la luna
y nadar en barro su gran pasión.
De su cola desaparecieron las plumas
y brotó un rulo pequeño y retozón.
“¿Me lo como a la parrilla?”,
pensó la bruja con resignación.
“Es mi peor pesadilla,
quería un novio… ¡No un lechón!
Y después de mucho meditar
en qué hacer con aquel cerdito:
“Lo mejor será condimentar,
con cebollas y ajo… mmm… ¡Qué rico!”.
Y una cacerola al fuego colocó
tres patas de rana… dos muelas.
“¿Qué más le agrego?”, se entusiasmó,
“¡ah, la poción de ciruelas!”.
Y la muy distraída no recordó
el horrendo poder de aquella poción.
La falta de memoria no es un don
cuando te hace olvidar la lección.
Cantando comenzó a agitar
el puchero que espantoso olía
y con la cuchara empezó a saborear
sin sospechar lo que le pasaría.
Pero al final no hubo tiempo de nada,
Mandarina pronto comenzó a tiritar
hasta caer al suelo despatarrada…
Y jamás, como bruja, volvió a despertar.
Y así, convertida en bella cerdita,
felizmente el amor soñado encontró.
En el pasado quedó su mágica varita porque
ese mismo día, con Sócrates se casó.
Extraído de https://bibliopoesias.blogspot.com/2016/08/mandarina-y-la-pocion-de-ciruelas-de.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario