Historias
Todos conocen a Oscar y su "don" para narrar y transformar un simple hecho en una historia atrapante. Los invito a escuchar esta historia del mago Risoto
¡¡¡¡Cuidado!!!! Esta es una historia de terrorrrrrr ....
Recomendaciones
Para los que siguen a Natacha de Luis Pescetti.... apareció
Fue Rafles, Natacha
deLuis Pescetti.
El perro Rafles, hijito del alma y el corazón de Natacha, sigue haciendo sus travesuras. Protagoniza graciosos episodios desde su llegada a la casa y a la vida en familia. Aquí podrás encontrar los “balances del Rafles” que escribe Natacha para medir los progresos educativos de su perro.
Donovan El mejor detective del mundo
Donovan El mejor detective del mundo
de Diego Paszkowski
Diego Paszkowski es un escritor argentino mayormente conocido por ser el ganador del premio La Nación en 1998 por su novela Tesis sobre un homicidio, llevada al cine en el año 2013 por el director Hernán Goldfrid y protagonizada por Ricardo Darín. Pero Paszkowski ha incursionado en la literatura infantil con sus libros El día que los animales quisieron comer otra cosa (2009) y Te espero en Sofía (2013). Ahora nos introduce en el género detectivesco.
En la ciudad de Nueva York, Donovan, un detective privado que “sabe todo lo que tiene que saber”, enfrenta seis casos que combinan humor e intriga en un maravilloso libro que retrata el mundo detectivesco.
En la ciudad de Nueva York, Donovan, un detective privado que “sabe todo lo que tiene que saber”, enfrenta seis casos que combinan humor e intriga en un maravilloso libro que retrata el mundo detectivesco.
Poesía
Te presento a Alicia Morel.
Escritora chilena. Alicia Morel (1921 -2017) fue una escritora de amplia creatividad, transitó por diferentes géneros literarios como la poesía, el cuento y la novela; participó en programas radiales, también escribió teatro infantil, leyendas y ensayos. Es muy reconocida por la Organización Internacional para el Libro Juvenil, desde la década del cuarenta ha sostenido una multifacética carrera literaria.
Una niña pescó un verso
Una niña pescó un verso
entre las redes de un libro,
es el sonido del viento,
un reflejo en la pared,
son las hadas que despiertan
para el que las quiera ver.
Los árboles
Los árboles
no hablan
ni ríen
ni juegan
como el niño.
Los árboles
están escondidos
detrás de sus hojas
pensando.
¿Qué piensan los árboles?
Piensan
grandes sombras
en el suelo.
Las nubes
En el país de las nubes
se pueden encontrar
muchas formas, muchas caras
que no cesan de cambiar.
Son una frágil arcilla
las nubes para moldear,
en sus dedos sopla el viento
alfarero del azar.
Alza castillos y puentes
que nadie puede cruzar,
abre ventanas azules
que luego vuelve a cerrar.
En el país de las nubes
lo que quieras hallarás,
pero todo es pasajero
como el tiempo, como el mar.
Extraído de https://cuatrogatos.org//detail-poesia.php?id=505#
A Cecilia Pisos seguramente la conocen....
En el país de las nubes
se pueden encontrar
muchas formas, muchas caras
que no cesan de cambiar.
Son una frágil arcilla
las nubes para moldear,
en sus dedos sopla el viento
alfarero del azar.
Alza castillos y puentes
que nadie puede cruzar,
abre ventanas azules
que luego vuelve a cerrar.
En el país de las nubes
lo que quieras hallarás,
pero todo es pasajero
como el tiempo, como el mar.
A Cecilia Pisos seguramente la conocen....
Es una escritora argentina, nacida en Buenos Aires en 1965. Es Licenciada y Profesora en Letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). ... Realizó estudios sobre la lírica del Siglo de Oro (CONICET- Instituto de Filología Hispánica, UBA) y publicó artículos en revistas de la especialidad.28 sep. 2005
Es colaboradora de las revistas Genios y Genios de Jardín. Publicó la serie Los Requetelibros 1, 2 y 3 y participó en ABCDuende 1, 2 y 3 para primer ciclo de la educación general básica y es coautora de Proyectos con todos, texto para docentes. Su poesía para niños se puede leer en Las hadas sueltas y en Las brujas sueltas (Buenos Aires, Sudamericana, 2004).
Hadas de los brazos cruzados
Así se ponen las hadas
cuando algo las enoja.
Y fruncen bien las cejas,
sacan trompa.
En esta posición
se quedan
lo que dure su furia,
que, en general, es corta.
Pero, si con un dedo
pruebas
haciéndoles cosquillas,
o soplas sus pestañas,
te encontrarás con hadas
que pronto se desarman,
con hadas movedizas
de arena que se ríe.
Es colaboradora de las revistas Genios y Genios de Jardín. Publicó la serie Los Requetelibros 1, 2 y 3 y participó en ABCDuende 1, 2 y 3 para primer ciclo de la educación general básica y es coautora de Proyectos con todos, texto para docentes. Su poesía para niños se puede leer en Las hadas sueltas y en Las brujas sueltas (Buenos Aires, Sudamericana, 2004).
Hadas de los brazos cruzados
Así se ponen las hadas
cuando algo las enoja.
Y fruncen bien las cejas,
sacan trompa.
En esta posición
se quedan
lo que dure su furia,
que, en general, es corta.
Pero, si con un dedo
pruebas
haciéndoles cosquillas,
o soplas sus pestañas,
te encontrarás con hadas
que pronto se desarman,
con hadas movedizas
de arena que se ríe.
Las hadas que entran en los sueños
Las hadas que entran en los sueños
llevan
pequeños cuchillos
de papel plateado,
vendas de agua oscura
y pastillas de viento.
Con el agua,
te vendan
lo que miras.
La pastilla de viento
va en tu boca
para que soples
lo que sueñas
y ellas se corten
pedacitos
de lluvia azul,
de tigres a lunares
y todas esas cosas imposibles
que quedan sueltas
cuando estás dormido.
Las hadas sueltas
Tienen la espalda despegada
como si fueran figuritas
de álbum viejo,
un pedacito roto
de brazo o pie
y de seguro,
la varita y los trucos
bien gastados.
¿Bastará con pegarles
en los codos
un parche
o atarlas con hilitos
para que no se pierdan?
¿Será posible devolverles
sus alas y sus magias?
¿Desabollar sus bonetitos
y hacerlas sonreír?
Las hadas que entran en los sueños
llevan
pequeños cuchillos
de papel plateado,
vendas de agua oscura
y pastillas de viento.
Con el agua,
te vendan
lo que miras.
La pastilla de viento
va en tu boca
para que soples
lo que sueñas
y ellas se corten
pedacitos
de lluvia azul,
de tigres a lunares
y todas esas cosas imposibles
que quedan sueltas
cuando estás dormido.
Las hadas sueltas
Tienen la espalda despegada
como si fueran figuritas
de álbum viejo,
un pedacito roto
de brazo o pie
y de seguro,
la varita y los trucos
bien gastados.
¿Bastará con pegarles
en los codos
un parche
o atarlas con hilitos
para que no se pierdan?
¿Será posible devolverles
sus alas y sus magias?
¿Desabollar sus bonetitos
y hacerlas sonreír?
Extraído de https://www.imaginaria.com.ar/04/0/pisos.htm
Juegos
Crucigrama ... palabras y mas palabras
Historieta
Para los que gustan de las historieta... les presento
El perro de la esquina
una historieta de Leo Arias
Resumen de la nota aparecida en Imaginaria. Revista Quincenal sobre literatura infantil y juvenil.
en la Biblioteca Imaginaria
En la revista Billiken se publica una estupenda historieta para niños cuyos protagonistas son un nene llamado Elías y un perro molestísimo que tiene la perruna manía de ladrar (y asustar) a todo aquel que pase por su lado. La obra se titula El perro de la esquina y su autor es el ilustrador infantil e historietista Leonardo Arias.
Acerca de El perro de la esquina, Leo Arias nos cuenta: "¿A quién no le ladró un perro desde una ventana o jardín, haciéndonos pegar un susto terrible? Esta escena cotidiana es el nudo de la tira. Elías, un niño tímido y sensible, vive en un barrio en donde todos los caminos conducen a un perro engreído, feroz y de muy mal carácter, que siempre tiene el ladrido justo para asustar a quien pase por su vereda. Todo es muy sencillo, desde el dibujo y el tipo de humor hasta el argumento que trata de las sorpresas que nos pueden esperar a la vuelta de la esquina."
Extraído de http://www.imaginaria.com.ar/16/6/arias.htm
El perro de la esquina
una historieta de Leo Arias
Resumen de la nota aparecida en Imaginaria. Revista Quincenal sobre literatura infantil y juvenil.
en la Biblioteca Imaginaria
En la revista Billiken se publica una estupenda historieta para niños cuyos protagonistas son un nene llamado Elías y un perro molestísimo que tiene la perruna manía de ladrar (y asustar) a todo aquel que pase por su lado. La obra se titula El perro de la esquina y su autor es el ilustrador infantil e historietista Leonardo Arias.
Acerca de El perro de la esquina, Leo Arias nos cuenta: "¿A quién no le ladró un perro desde una ventana o jardín, haciéndonos pegar un susto terrible? Esta escena cotidiana es el nudo de la tira. Elías, un niño tímido y sensible, vive en un barrio en donde todos los caminos conducen a un perro engreído, feroz y de muy mal carácter, que siempre tiene el ladrido justo para asustar a quien pase por su vereda. Todo es muy sencillo, desde el dibujo y el tipo de humor hasta el argumento que trata de las sorpresas que nos pueden esperar a la vuelta de la esquina."
Extraído de http://www.imaginaria.com.ar/16/6/arias.htm
Cuentos
Ya conoces de otros años a Ana María Shua...
Escritora argentina nacida en Buenos Aires en 1951. Su primer libro, El sol y yo, fue publicado cuando tenía dieciséis años. Por ese libro de poemas recibió dos premios. Estudió en la Universidad de Buenos Aires, donde recibió su Maestría en Artes y Literatura.
Ahora retoma una leyenda de origen oriental...
El árbol de la mujer dragón
de ANA MARÍA SHUA
Cuento popular naxi
En la región de Lijiang vivía un rey cruel y codicioso que solo pensaba en tener bajo su dominio todos los territorios que rodeaban su reino. Constantemente organizaba expediciones guerreras para someter a los pueblos vecinos; y cuando no lo lograba porla fuerza, tramaba intrigas para apoderarse de ellos.
Este mal rey tenía una hija joven, bella, inteligente y buena a la que todos llamaban Longnü, que significa «mujer dragón». La joven no estaba de acuerdo con la conducta de su padre, sobre todo por los sufrimientos que imponía al pueblo ese permanente estado de guerra.
El rey Mutián sabía que al norte, en el país de los pumi, había prosperidad. Y deseaba extender su dominio sobre esas tierras fértiles, esclavizar a la población y apoderarse de sus cultivos y sus ganados. Como los pumi tenían un ejército poderoso, el rey decidió que, por el momento, una alianza le sería más útil que la guerra. Envió un emisario al rey pumi para proponerle el casamiento de sus hijos.
El hijo del rey pumi era tan atractivo y tan valioso como la princesa naxi. En compañía de su padre, visitó el palacio del rey Mutián. En cuanto se conocieron, los príncipes se enamoraron perdidamente y se sintieron muy felices de que sus padres se pusieran de acuerdo en concertar las bodas. Longnü partió hacia el país de su marido y comenzó una nueva vida en paz y felicidad, respetada y amada por el pueblo pumi.
Poco tiempo después murió el padre del príncipe, que subió al trono. Entonces, el rey Mutián le envió mensajeros al nuevo rey exigiéndole que se convirtiese en su súbdito. Con el apoyo de su esposa, él se negó. Mutián hubiera deseado aplastarlo con su ejército, pero el reino pumi estaba muy lejos y cada vez le costaba más conseguir soldados. Enfurecido, tramó uno de sus malvados planes.
El primer paso fue mandar llamar a su hija, diciéndole que estaba muy enfermo. Cuando ella llegó y lo encontró perfectamente sano, quiso volver a Yongning, capital del país de los pumi, pero su padre no se lo permitió. La princesa se había convertido en una virtual prisionera en su propio palacio.
Una noche, Longnü paseaba por el patio a la luz de la luna, cuando escuchó una conversación en los aposentos del rey.
- y le dirás al rey pumi que también su mujer ha enfermado gravemente. Que debe venir a buscarla. Cuando esté aquí, acabaré con él- Por fin será mío el país de los pumi.
Horrorizada por las intenciones de su padre, la princesa lloraba en su habitación cuando sintió una caricia suave y tibia. Era su fiel perro amarillo. Eso le dio una idea. Dos cargas de aceite para la lámpara gastó la princesa antes de terminar la larga carta que le escribió a su marido explicándole todo lo que había pasado. Cortó un trozo de tela, envolvió la carta y cosió el paquete por dentro del collar del perro. Le acarició la cabeza y le palmeó el lomo.Estaba aclarando cuando el perro salió del palacio, trotando con energía.
Apenas recibió el mensaje de su esposa, el joven rey reunió a la caballería, se colgó al hombro el arco y las flechas, tomó su sable, y partió con su ejército hacia la capital de Lijiang.
El joven era valiente, pero el viejo rey Mutián era astuto y tenía experiencia. En cuanto tuvo noticias de que el ejército pumi había salido de su reino, organizó una emboscada a mitad de camino. La sangre de los pumi tiñó las aguas del río. Lleno de heridas, atravesado por flechas y lanzas, el rey pumi murió en la batalla junto con la mayor parte de sus soldados. Entre sus ropas, el rey Mutián encontró la carta de su hija. ¡De su propia hija! Ahora su furia no tuvo límites.
-¡Traicionaste a tu padre! -le gritó a su hija en el palacio.
-Cumplí con mi deber de esposa -contestóella, orgullosa.
-Tu marido ha muerto.
-Entonces, solo me queda irme con él -dijo Longnü, deshecha en llanto.
-Si lo que quieres es morir, no lo conseguirás tan fácilmente -le aseguró su padre.
Para castigar a su hija, el rey dio órdenes de que encerraran a la princesa en el pabellón que había en el centro del Lago de Jade, sin darle de comer ni de beber. Siguiendo sus instrucciones, los soldados rompieron cientos de tejas y tazones de porcelana y desparramaron por el piso los trozos rotos, cubriéndolo por completo, para que los pies descalzos de la princesa se lastimaran pisándolos.
La desdichada Longnü podría ver desde el pabellón el campo de batalla donde estaba todavía tendido el cadáver de su amado esposo, la tierra y las piedras cubiertas de sangre. Desesperada, comenzó a llorar y a gritar, yendo y viniendo sobre los filosos trozos de porcelana, como si no sintiera el dolor. Sus pies heridos pronto tiñeron de rojo el suelo del pabellón.
Con el curso de los días, la pérdida de sangre y la sed terminaron por secar sus lágrimas. Sus labios se agrietaron. Longnü, bella, inteligente y buena, se tendió en el suelo sanguinolento y se dejó morir.
Pero su sacrificio no fue en vano. Enfurecidos por los crímenes cometidos por su rey, los súbditos se levantaron en rebelión. Dieron sepultura al cadáver del joven rey pumi, atacaron y vencieron a los soldados del rey Mutián, quemaron el pabellón del lago y celebraron una solemne ceremonia fúnebre en honor de Longnü.
En las ruinas del pabellón quemado brotó un manzano silvestre, que creció con milagrosa rapidez. Sus ramas verde jade caían sobre la superficie del lago como si estuvieran contando una historia de dolor y tristeza, como si fuera la reencarnación de la princesa denunciando la crueldad de su padre. Lo llamaron para siempre "el árbol Longnü".
Los naxis, una minoría china descendiente de nómadas tibetanos, vivían hasta hace muy poco organizados en familias matriarcales, es decir, dominadas por mujeres. Cuando una pareja se casaba, el hombre y la mujer seguían viviendo en sus respectivas casas. El muchacho podía pasar la noche en la casa de su esposa, pero debía volver a la de su madre durante el día y trabajar para ella. Los hijos pertenecían a la mujer, que era responsable de su crianza. Solo las mujeres podían heredar. Las disputas eran zanjadas por mujeres mayores que hacían de jueces. Los pumi, por su parte, son un grupo étnico muy pequeño, que hoy consta apenas de 30 000 personas, en la provincia de Yunnan, también de ascendencia tibetana.
Este cuento naxi nos muestra a una protagonista fuerte, inteligente y llena de recursos propios. Es muy poco común que en un cuento popular de origen oriental se aplauda el comportamiento de una joven que desafía la autoridad de su padre.
Ahora retoma una leyenda de origen oriental...
El árbol de la mujer dragón
de ANA MARÍA SHUA
Cuento popular naxi
En la región de Lijiang vivía un rey cruel y codicioso que solo pensaba en tener bajo su dominio todos los territorios que rodeaban su reino. Constantemente organizaba expediciones guerreras para someter a los pueblos vecinos; y cuando no lo lograba porla fuerza, tramaba intrigas para apoderarse de ellos.
Este mal rey tenía una hija joven, bella, inteligente y buena a la que todos llamaban Longnü, que significa «mujer dragón». La joven no estaba de acuerdo con la conducta de su padre, sobre todo por los sufrimientos que imponía al pueblo ese permanente estado de guerra.
El rey Mutián sabía que al norte, en el país de los pumi, había prosperidad. Y deseaba extender su dominio sobre esas tierras fértiles, esclavizar a la población y apoderarse de sus cultivos y sus ganados. Como los pumi tenían un ejército poderoso, el rey decidió que, por el momento, una alianza le sería más útil que la guerra. Envió un emisario al rey pumi para proponerle el casamiento de sus hijos.
El hijo del rey pumi era tan atractivo y tan valioso como la princesa naxi. En compañía de su padre, visitó el palacio del rey Mutián. En cuanto se conocieron, los príncipes se enamoraron perdidamente y se sintieron muy felices de que sus padres se pusieran de acuerdo en concertar las bodas. Longnü partió hacia el país de su marido y comenzó una nueva vida en paz y felicidad, respetada y amada por el pueblo pumi.
Poco tiempo después murió el padre del príncipe, que subió al trono. Entonces, el rey Mutián le envió mensajeros al nuevo rey exigiéndole que se convirtiese en su súbdito. Con el apoyo de su esposa, él se negó. Mutián hubiera deseado aplastarlo con su ejército, pero el reino pumi estaba muy lejos y cada vez le costaba más conseguir soldados. Enfurecido, tramó uno de sus malvados planes.
El primer paso fue mandar llamar a su hija, diciéndole que estaba muy enfermo. Cuando ella llegó y lo encontró perfectamente sano, quiso volver a Yongning, capital del país de los pumi, pero su padre no se lo permitió. La princesa se había convertido en una virtual prisionera en su propio palacio.
Una noche, Longnü paseaba por el patio a la luz de la luna, cuando escuchó una conversación en los aposentos del rey.
- y le dirás al rey pumi que también su mujer ha enfermado gravemente. Que debe venir a buscarla. Cuando esté aquí, acabaré con él- Por fin será mío el país de los pumi.
Horrorizada por las intenciones de su padre, la princesa lloraba en su habitación cuando sintió una caricia suave y tibia. Era su fiel perro amarillo. Eso le dio una idea. Dos cargas de aceite para la lámpara gastó la princesa antes de terminar la larga carta que le escribió a su marido explicándole todo lo que había pasado. Cortó un trozo de tela, envolvió la carta y cosió el paquete por dentro del collar del perro. Le acarició la cabeza y le palmeó el lomo.Estaba aclarando cuando el perro salió del palacio, trotando con energía.
Apenas recibió el mensaje de su esposa, el joven rey reunió a la caballería, se colgó al hombro el arco y las flechas, tomó su sable, y partió con su ejército hacia la capital de Lijiang.
El joven era valiente, pero el viejo rey Mutián era astuto y tenía experiencia. En cuanto tuvo noticias de que el ejército pumi había salido de su reino, organizó una emboscada a mitad de camino. La sangre de los pumi tiñó las aguas del río. Lleno de heridas, atravesado por flechas y lanzas, el rey pumi murió en la batalla junto con la mayor parte de sus soldados. Entre sus ropas, el rey Mutián encontró la carta de su hija. ¡De su propia hija! Ahora su furia no tuvo límites.
-¡Traicionaste a tu padre! -le gritó a su hija en el palacio.
-Cumplí con mi deber de esposa -contestóella, orgullosa.
-Tu marido ha muerto.
-Entonces, solo me queda irme con él -dijo Longnü, deshecha en llanto.
-Si lo que quieres es morir, no lo conseguirás tan fácilmente -le aseguró su padre.
Para castigar a su hija, el rey dio órdenes de que encerraran a la princesa en el pabellón que había en el centro del Lago de Jade, sin darle de comer ni de beber. Siguiendo sus instrucciones, los soldados rompieron cientos de tejas y tazones de porcelana y desparramaron por el piso los trozos rotos, cubriéndolo por completo, para que los pies descalzos de la princesa se lastimaran pisándolos.
La desdichada Longnü podría ver desde el pabellón el campo de batalla donde estaba todavía tendido el cadáver de su amado esposo, la tierra y las piedras cubiertas de sangre. Desesperada, comenzó a llorar y a gritar, yendo y viniendo sobre los filosos trozos de porcelana, como si no sintiera el dolor. Sus pies heridos pronto tiñeron de rojo el suelo del pabellón.
Con el curso de los días, la pérdida de sangre y la sed terminaron por secar sus lágrimas. Sus labios se agrietaron. Longnü, bella, inteligente y buena, se tendió en el suelo sanguinolento y se dejó morir.
Pero su sacrificio no fue en vano. Enfurecidos por los crímenes cometidos por su rey, los súbditos se levantaron en rebelión. Dieron sepultura al cadáver del joven rey pumi, atacaron y vencieron a los soldados del rey Mutián, quemaron el pabellón del lago y celebraron una solemne ceremonia fúnebre en honor de Longnü.
En las ruinas del pabellón quemado brotó un manzano silvestre, que creció con milagrosa rapidez. Sus ramas verde jade caían sobre la superficie del lago como si estuvieran contando una historia de dolor y tristeza, como si fuera la reencarnación de la princesa denunciando la crueldad de su padre. Lo llamaron para siempre "el árbol Longnü".
Los naxis, una minoría china descendiente de nómadas tibetanos, vivían hasta hace muy poco organizados en familias matriarcales, es decir, dominadas por mujeres. Cuando una pareja se casaba, el hombre y la mujer seguían viviendo en sus respectivas casas. El muchacho podía pasar la noche en la casa de su esposa, pero debía volver a la de su madre durante el día y trabajar para ella. Los hijos pertenecían a la mujer, que era responsable de su crianza. Solo las mujeres podían heredar. Las disputas eran zanjadas por mujeres mayores que hacían de jueces. Los pumi, por su parte, son un grupo étnico muy pequeño, que hoy consta apenas de 30 000 personas, en la provincia de Yunnan, también de ascendencia tibetana.
Este cuento naxi nos muestra a una protagonista fuerte, inteligente y llena de recursos propios. Es muy poco común que en un cuento popular de origen oriental se aplauda el comportamiento de una joven que desafía la autoridad de su padre.
Ema Wolf es también una escritora argentina ...
Nacida en Carapachay, en el partido de Vicente López, es licenciada en Literatura y Lenguas Modernas por la Universidad de Buenos Aires. Sus obras se caracterizan por el humor y por un estilo paródico, mayormente en la literatura infantil
EL MENSAJERO OLVIDADIZO
Hace mucho tiempo había reinos tan grandes que los reyes apenas se conocían de nombre.
El rey Clodoveco sabía que allí donde terminaba su reino empezaba el reino de Leopoldo. Pero nada más.
Al rey Leopoldo le pasaba lo mismo. Sabía que del otro lado de la frontera, más allá de las montañas, vivía Clodoveco. Y punto.
La corte de Clodoveco estaba separada de la de Leopoldo por quince mil kilómetros. Más o menos la distancia que hay entre Portugal y la costa de China.
Entre corte y corte había bosques, desiertos de arena, ríos torrentosos, precipicios y llanuras fenomenales donde vivían solamente las lagartijas. Tan grandes eran los reinos...
Cuando Clodoveco y Leopoldo decidieron comunicarse, contrataron mensajeros.
Y como siempre se trataba de comunicar asuntos importantes, secretos, nunca mandaban cartas por temor de que cayeran en manos enemigas. El mensajero tenía que recordar todo cuanto le habían dicho y repetirlo sin errores.
El mejor y más veloz de los mensajeros se llamaba Artemio. Además, terminó siendo el único: nadie quería trabajar de mensajero en aquel tiempo. No había cuerpo ni suela que durase. Pero Artemio era veloz como un rayo y no se cansaba nunca.
El problema es que tenía una memoria de gallina. Una memoria con poca cuerda. Una memoria que goteaba por el camino.
Artemio partía de la corte de Clodoveco de mañana bien temprano con la memoria afinada y tensa como un arco. Al llegar al kilómetro 7.500 más o menos, había olvidado todo, o casi todo. No era para menos...
Lo que no recordaba, lo iba inventando en la marcha.
Una vez la esposa del rey Clodoveco le mandó pedir a la esposa del rey Leopoldo la receta de la mermelada de frambuesas.
Artemio volvió y recitó ante la reina la receta de los canelones de acelga. No se sabe si había trabucado el mensaje en el viaje de ida o en el viaje de vuelta.
La reina pensó que la otra señora estaba loca, pero preparó nomás la receta.
—¡Qué buena mermelada, Majestad! —decían todos, mientras comían canelones.
Otra vez el rey Leopoldo quiso anunciar al rey Clodoveco la feliz noticia del cumpleaños de su abuela. El mensaje que Artemio debía transmitir era:
Te saludo, Clodoveco,
y te anuncio que mañana
va a cumplir noventa años
la reina nona Susana.
Artemio cruzó valles, selvas, acantilados y charcos, nadó ríos y atravesó planicies a lo largo de quince mil kilómetros.
Cuando llegó a la corte del rey Clodoveco se presentó en la sala del trono y dijo lo que le salió:
Te saludo Clodoveco,
y te cuento: esta mañana
en el jardín florecido
se me ha perdido una rana.
Clodoveco no entendía por qué tanta preocupación por una simple rana. Leopoldo debía estar chiflado. Pero allá mandó a Artemio con un mensaje que decía:
Lo siento, ya conseguirás otra.
Leopoldo, creyendo que se refería a la abuela, se enojó mucho y juró que no cambiaría a su nona por ninguna otra en el en mundo aunque estuviera viejita.
A veces Artemio recorría quince mil kilómetros solamente para decir "gracias". Y volvía con la respuesta: "de nada".
Un día Clodoveco lo envió para que pidiera a Leopoldo la mano de su hija Leopoldina. Quería casarla con su hijo, el príncipe heredero.
Mientras marchaba a través de los caminos peligrosos, Artemio se iba olvidando.
—¿Qué tengo que pedir de la princesa Leopoldina? ¿Era la mano? ¿No sería el codo? Me parece que era el pie.
Cuando estuvo frente a Leopoldo, dijo:
Te hace el rey Clodoveco
una petición muy grata:
que le envíes enseguida
de Leopoldina una pata.
A Leopoldo le dio un ataque de furia. ¡Cómo se atrevía ese delirante a pedir una pata de su hija!
Mandó a Clodoveco una respuesta indignada por semejante ocurrencia.
Artemio se olvidó de todo. Cuando llegó a la corte de Clodoveco, dijo sinceramente:
Necesito dormir la siesta
antes de darte respuesta.
Clodoveco creyó que esa era la verdadera contestación de Leopoldo y quedó convencido de que el pobre no tenía cura. ¡Cómo podía pensar en irse a dormir la siesta cuando le pedía la mano de su hija!
Y así siguieron las cosas.
Hasta que un día, un día...
Un día el rey Leopoldo le pidió prestado al rey Clodoveco algunos soldados. Quería organizar un desfile vistoso. ¡Qué mejor que los soldados de Clodoveco, que tenían uniformes tan bonitos!
Entonces le mandó decir por Artemio:
Necesito seis legiones,
o mejor: diez batallones.
Pero Artemio, en el colmo del olvido, dijo:
Que me mandes cien ratones.
¡Todo mal!
Cuando Leopoldo recibió en una linda caja con moño cien ratones perfumados, la paciencia se le terminó de golpe.
—¡Basta! —gritó. ¡Clodoveco me está tomando el pelo! ¡No lo soporto! ¡Si no le hago la guerra ya mismo el mundo entero se va a reír de mí!
Y sin pensarlo dos veces mandó alistar sus ejércitos para marchar sobre el reino de Clodoveco. Pero antes, como era costumbre, le mandó una declaración de guerra:
Yo te aviso, Clodoveco
que me esperes bien armado
pues voy a hacerte la guerra
por insolente y chiflado.
Artemio se lanzó a través de montañas y llanuras llevando en su cabeza el importante mensaje. Tanto y tanto tiempo anduvo que cuando llegó a la corte de Clodoveco la noticia se había convertido en cualquier cosa:
Mi querido Clodoveco,
espérame bien peinado,
pues visitaré tu reino
en cuanto empiece el verano.
Clodoveco se llevó una alegría.
—¡Leopoldo va a venir a visitarnos! Seguramente quiere arreglar el casamiento de Leopoldina con mi hijo. Vamos a prepararle una recepción digna de un rey.
Y ordenó a sus ministros que organizaran la bienvenida.
Mientras en el país del rey Leopoldo los ejércitos se armaban hasta los dientes, en la corte del rey Clodoveco todo era preparativo de fiesta.
Leopoldo amontonaba pólvora y cañones. Clodoveco contrataba músicos y compraba fuegos artificiales.
Leopoldo preparaba provisiones de guerra mientras los cocineros de Clodoveco planeaban menúes exquisitos.
En un lado fabricaban escudos y lanzas de dos puntas. En el otro adornaban los caminos con guirnaldas de flores y banderines.
Por fin llegó el día.
Las tropas de Leopoldo avanzaron hacia el reino de Clodoveco haciendo sonar clarines y tambores de combate mientras la corte de Clodoveco salía a recibir al rey Leopoldo vestida de terciopelo, con bufones, bailarines y acróbatas.
Se encontraron a mitad de camino. Unos formados para la batalla, otros cantando himnos que decían "Bienvenido rey Leopoldo".
Los dos reyes, frente a frente, se miraron. Uno con cara de guerra y otro con una sonrisa de confite en los labios.
Artemio se encontró entre los dos. Estaba quieto, muy quieto. Miraba a Leopoldo y miraba a Clodoveco. Se rascó la cabeza y pensó que algo andaba mal, muy mal... Tan mal que mejor encontrara una solución antes de que fuera demasiado tarde.
Bramó un tambor y estalló un fuego de artificio.
Entonces Artemio tomó aire y gritó con toda la fuerza de sus pulmones:
¡Cuídense del rey Rodrigo
si es que quieren seguir vivos!
—¿Rodrigo? ¿Y quién es el rey Rodrigo? —peguntaron los dos reyes.
¡El que les morderá el ombligo...!
...gritó Artemio, y salió corriendo hacia el norte, veloz como una lecha enjabonada.
Clodoveco y Leopoldo se quedaron pensando. Nunca habían oído hablar del rey Rodrigo, pero parecía un enemigo de cuidado.
—¿Será el rey de Borboña? —decía Clodoveco.
—No, ése se llama Ataúlfo —decía Leopoldo. Debe ser el rey de Bretoña.
—No creo, me parece que se llama Ricardo, y además tiene un apodo que ahora no me acuerdo...
Así siguieron.
Y todavía están allí, tratando de averiguar quién es el famoso Rodrigo.
Mientras tanto Artemio sigue corriendo, que para eso estaba bien entrenado. Ya se olvidó del rey Rodrigo, y seguramente tampoco se acuerda por qué corre.
FIN
Del libro: ¡Silencio, Niños! y Otros Cuentos, Ema Wolf. Ilustraciones de Pez. Col. Torre de Papel Azul Editorial: Norma
Extraído de http://bpcd-emawolf.blogspot.com/2013/07/cuento-el-mensajero-olvidadizo-de-ema.html
Hace mucho tiempo había reinos tan grandes que los reyes apenas se conocían de nombre.
El rey Clodoveco sabía que allí donde terminaba su reino empezaba el reino de Leopoldo. Pero nada más.
Al rey Leopoldo le pasaba lo mismo. Sabía que del otro lado de la frontera, más allá de las montañas, vivía Clodoveco. Y punto.
La corte de Clodoveco estaba separada de la de Leopoldo por quince mil kilómetros. Más o menos la distancia que hay entre Portugal y la costa de China.
Entre corte y corte había bosques, desiertos de arena, ríos torrentosos, precipicios y llanuras fenomenales donde vivían solamente las lagartijas. Tan grandes eran los reinos...
Cuando Clodoveco y Leopoldo decidieron comunicarse, contrataron mensajeros.
Y como siempre se trataba de comunicar asuntos importantes, secretos, nunca mandaban cartas por temor de que cayeran en manos enemigas. El mensajero tenía que recordar todo cuanto le habían dicho y repetirlo sin errores.
El mejor y más veloz de los mensajeros se llamaba Artemio. Además, terminó siendo el único: nadie quería trabajar de mensajero en aquel tiempo. No había cuerpo ni suela que durase. Pero Artemio era veloz como un rayo y no se cansaba nunca.
El problema es que tenía una memoria de gallina. Una memoria con poca cuerda. Una memoria que goteaba por el camino.
Artemio partía de la corte de Clodoveco de mañana bien temprano con la memoria afinada y tensa como un arco. Al llegar al kilómetro 7.500 más o menos, había olvidado todo, o casi todo. No era para menos...
Lo que no recordaba, lo iba inventando en la marcha.
Una vez la esposa del rey Clodoveco le mandó pedir a la esposa del rey Leopoldo la receta de la mermelada de frambuesas.
Artemio volvió y recitó ante la reina la receta de los canelones de acelga. No se sabe si había trabucado el mensaje en el viaje de ida o en el viaje de vuelta.
La reina pensó que la otra señora estaba loca, pero preparó nomás la receta.
—¡Qué buena mermelada, Majestad! —decían todos, mientras comían canelones.
Otra vez el rey Leopoldo quiso anunciar al rey Clodoveco la feliz noticia del cumpleaños de su abuela. El mensaje que Artemio debía transmitir era:
Te saludo, Clodoveco,
y te anuncio que mañana
va a cumplir noventa años
la reina nona Susana.
Artemio cruzó valles, selvas, acantilados y charcos, nadó ríos y atravesó planicies a lo largo de quince mil kilómetros.
Cuando llegó a la corte del rey Clodoveco se presentó en la sala del trono y dijo lo que le salió:
Te saludo Clodoveco,
y te cuento: esta mañana
en el jardín florecido
se me ha perdido una rana.
Clodoveco no entendía por qué tanta preocupación por una simple rana. Leopoldo debía estar chiflado. Pero allá mandó a Artemio con un mensaje que decía:
Lo siento, ya conseguirás otra.
Leopoldo, creyendo que se refería a la abuela, se enojó mucho y juró que no cambiaría a su nona por ninguna otra en el en mundo aunque estuviera viejita.
A veces Artemio recorría quince mil kilómetros solamente para decir "gracias". Y volvía con la respuesta: "de nada".
Un día Clodoveco lo envió para que pidiera a Leopoldo la mano de su hija Leopoldina. Quería casarla con su hijo, el príncipe heredero.
Mientras marchaba a través de los caminos peligrosos, Artemio se iba olvidando.
—¿Qué tengo que pedir de la princesa Leopoldina? ¿Era la mano? ¿No sería el codo? Me parece que era el pie.
Cuando estuvo frente a Leopoldo, dijo:
Te hace el rey Clodoveco
una petición muy grata:
que le envíes enseguida
de Leopoldina una pata.
A Leopoldo le dio un ataque de furia. ¡Cómo se atrevía ese delirante a pedir una pata de su hija!
Mandó a Clodoveco una respuesta indignada por semejante ocurrencia.
Artemio se olvidó de todo. Cuando llegó a la corte de Clodoveco, dijo sinceramente:
Necesito dormir la siesta
antes de darte respuesta.
Clodoveco creyó que esa era la verdadera contestación de Leopoldo y quedó convencido de que el pobre no tenía cura. ¡Cómo podía pensar en irse a dormir la siesta cuando le pedía la mano de su hija!
Y así siguieron las cosas.
Hasta que un día, un día...
Un día el rey Leopoldo le pidió prestado al rey Clodoveco algunos soldados. Quería organizar un desfile vistoso. ¡Qué mejor que los soldados de Clodoveco, que tenían uniformes tan bonitos!
Entonces le mandó decir por Artemio:
Necesito seis legiones,
o mejor: diez batallones.
Pero Artemio, en el colmo del olvido, dijo:
Que me mandes cien ratones.
¡Todo mal!
Cuando Leopoldo recibió en una linda caja con moño cien ratones perfumados, la paciencia se le terminó de golpe.
—¡Basta! —gritó. ¡Clodoveco me está tomando el pelo! ¡No lo soporto! ¡Si no le hago la guerra ya mismo el mundo entero se va a reír de mí!
Y sin pensarlo dos veces mandó alistar sus ejércitos para marchar sobre el reino de Clodoveco. Pero antes, como era costumbre, le mandó una declaración de guerra:
Yo te aviso, Clodoveco
que me esperes bien armado
pues voy a hacerte la guerra
por insolente y chiflado.
Artemio se lanzó a través de montañas y llanuras llevando en su cabeza el importante mensaje. Tanto y tanto tiempo anduvo que cuando llegó a la corte de Clodoveco la noticia se había convertido en cualquier cosa:
Mi querido Clodoveco,
espérame bien peinado,
pues visitaré tu reino
en cuanto empiece el verano.
Clodoveco se llevó una alegría.
—¡Leopoldo va a venir a visitarnos! Seguramente quiere arreglar el casamiento de Leopoldina con mi hijo. Vamos a prepararle una recepción digna de un rey.
Y ordenó a sus ministros que organizaran la bienvenida.
Mientras en el país del rey Leopoldo los ejércitos se armaban hasta los dientes, en la corte del rey Clodoveco todo era preparativo de fiesta.
Leopoldo amontonaba pólvora y cañones. Clodoveco contrataba músicos y compraba fuegos artificiales.
Leopoldo preparaba provisiones de guerra mientras los cocineros de Clodoveco planeaban menúes exquisitos.
En un lado fabricaban escudos y lanzas de dos puntas. En el otro adornaban los caminos con guirnaldas de flores y banderines.
Por fin llegó el día.
Las tropas de Leopoldo avanzaron hacia el reino de Clodoveco haciendo sonar clarines y tambores de combate mientras la corte de Clodoveco salía a recibir al rey Leopoldo vestida de terciopelo, con bufones, bailarines y acróbatas.
Se encontraron a mitad de camino. Unos formados para la batalla, otros cantando himnos que decían "Bienvenido rey Leopoldo".
Los dos reyes, frente a frente, se miraron. Uno con cara de guerra y otro con una sonrisa de confite en los labios.
Artemio se encontró entre los dos. Estaba quieto, muy quieto. Miraba a Leopoldo y miraba a Clodoveco. Se rascó la cabeza y pensó que algo andaba mal, muy mal... Tan mal que mejor encontrara una solución antes de que fuera demasiado tarde.
Bramó un tambor y estalló un fuego de artificio.
Entonces Artemio tomó aire y gritó con toda la fuerza de sus pulmones:
¡Cuídense del rey Rodrigo
si es que quieren seguir vivos!
—¿Rodrigo? ¿Y quién es el rey Rodrigo? —peguntaron los dos reyes.
¡El que les morderá el ombligo...!
...gritó Artemio, y salió corriendo hacia el norte, veloz como una lecha enjabonada.
Clodoveco y Leopoldo se quedaron pensando. Nunca habían oído hablar del rey Rodrigo, pero parecía un enemigo de cuidado.
—¿Será el rey de Borboña? —decía Clodoveco.
—No, ése se llama Ataúlfo —decía Leopoldo. Debe ser el rey de Bretoña.
—No creo, me parece que se llama Ricardo, y además tiene un apodo que ahora no me acuerdo...
Así siguieron.
Y todavía están allí, tratando de averiguar quién es el famoso Rodrigo.
Mientras tanto Artemio sigue corriendo, que para eso estaba bien entrenado. Ya se olvidó del rey Rodrigo, y seguramente tampoco se acuerda por qué corre.
FIN
Del libro: ¡Silencio, Niños! y Otros Cuentos, Ema Wolf. Ilustraciones de Pez. Col. Torre de Papel Azul Editorial: Norma
Extraído de http://bpcd-emawolf.blogspot.com/2013/07/cuento-el-mensajero-olvidadizo-de-ema.html
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