UN PLAN MAESTRO
de Graciela Repún
–Si no levanto las notas, no me dejan salir por un mes –dije el lunes en el recreo.
Juana celebraba su cumpleaños esa tarde. Todo el grado estaba invitado.
Además, el martes, pensábamos ir al cine.
Pero la maestra tomaba los miércoles... ¡Ya no me quedaba
tiempo para estudiar!
–La seño toma a primera hora, ¿no? –preguntó de pronto Carla, que estaba pensando lo mismo que yo. Tenía cara de espanto.
–Sí –le contesté con un hilito de voz.
Sabíamos que la seño era buena. Pero recién se le notaba después de dos horas de clase.
Siempre llegaba al colegio con un malhumor espantoso. En esos momentos, era mejor no ponerse en su camino.
–¡Tengo un plan maestro! –dijo Pablo–. O mejor dicho, un Plan Maestra: ¡Sigámosla!
Lo miré con cara de bobalicona. Siempre lo miro así. Pablo me gusta.
Pero esta vez, Carla, Juana, Ángeles y Ale también lo miraron con la misma cara. Nadie había entendido qué quería hacer.
–Averigüemos si la seño sale enojada de su casa, o si se va
poniendo de mal humor durante el camino.
¡Y hagamos que el miércoles llegue al colegio feliz, así pone
mejores notas!
Era una idea simple, pero GENIAL.
Ese lunes, mientras mis amigos armaban el seguimiento, yo
trataba de aprovechar los recreos para estudiar.
–«En los ríos del Litoral se pesca el patí»... «La llanura es un
terreno plano cubierto de pasto»...
«Las mesetas son secas, hay poca lluvia» –leía yo en voz alta, intentando que se me fijara algo de lo que repetía. Pero el griterío de los chicos jugando a la mancha venenosa no me dejaba concentrar.
Juana y Carla vivían cerca de la casa de la seño. Más de una vez se la habían encontrado en el colectivo.
No les resultó difícil seguirla.
El martes ya sabíamos que:
1) Nuestra maestra es friolenta y en el colectivo se la pasa
tiritando.
2) Acostumbra a saludar a todo el mundo. Pero muchos no se toman el trabajo de contestarle. Y eso le molesta.
3) Suele traer demasiadas carpetas y siempre se queja de lo
pesadas que son.
4) Detesta comenzar la clase sin que el pizarrón se encuentre perfectamente borrado.
El Plan Maestra era así:
1) Pablo subiría al colectivo cuatro paradas antes. Como es un gordito precioso, se iba a sentar y entibiar el asiento con sus posaderas, hasta que la maestra subiera. Entonces se lo cedería. Así no llegaba muerta de frío.
2) Ángeles suele comer tantas galletitas que ya se hizo amiga del quiosquero. Le iba a pedir que cuando la maestra pasara a comprar sus pastillas de menta, la saludara con simpatía.
3) Por su parte, Carla le pediría al portero que ese día le sonriera a la seño con más amabilidad que nunca.
4) Ale se cruzaría con la seño apenas entrara para ofrecerle ayuda con las carpetas.
5) Juana y yo llegaríamos a clase antes que nadie. Yo, para
dejarle una manzana y una rosa sobre el escritorio, como un regalo anónimo. Y Juana, para borrar perfectamente el pizarrón.
Yo seguía intentando repasar en los recreos: «El Aconcagua es la mayor altura de la Cordillera»...
«El tren del Fin del Mundo es impulsado por una antigua
locomotora a vapor»... «Según la altura del calendario, hay plantas que pierden sus hojas»... Pero había tanto bochinche alrededor mío que no escuchaba ni mis pensamientos.
–Es la última vez que intento estudiar en los recreos –me juré.
Y por lo que sucedió después, siempre cumplí mi palabra.
Después del cumpleaños del lunes y la película del martes, llegó el miércoles.
Llovía a cántaros. Pablo, apurado, se olvidó el paraguas en su casa.
Subió al colectivo chorreando agua.
Cuando le cedió el asiento a la maestra, lo había dejado
completamente empapado.
Ella no se dio cuenta y se sentó sin ver. Tiritó tres veces más que lo normal.
La seño fue a comprar sus habituales pastillas de menta tosiendo como nunca.
Se encontró con que el quiosquero se hacía el simpático con otra maestra, a la que había confundido con ella. Tuvo que esperar que la atendiera, y encima, que lo hiciera de mal modo.
Al llegar al colegio, el portero no sólo no contestó su saludo, sino que tampoco le sonrió (El pobre hombre acababa de perder su dentadura postiza y no se animaba a abrir la boca).
Ale le ofreció ayuda con las carpetas, pero se tropezó y las hojas se desparramaron. Algunas cayeron sobre el piso del patio mojado por la lluvia.
La seño entró al aula como un huracán y vio el pizarrón escrito del día anterior (A Juana se le había hecho tarde).
Lo borró rezongando y aprovechó para escribir la lección del día.
Pero cuando vio la manzana y la rosa sobre el escritorio se le dibujó la primera sonrisa de la mañana.
Le duró poco: la manzana tenía un gusano y además, se pinchó con una espina.
Tuvo que ir a lavarse la lastimadura, momento que aprovechó Juana, que acababa de entrar, para borrar lo que la maestra había escrito.
No puedo explicar la cara que puso la seño cuando vio el pizarrón vacío.
Pero no fue nada comparada con la que puso cuando yo empecé a dar la lección.
–«La llanura es un terreno plano donde se cosechan... vacas» – comencé a recitar nerviosamente–...
«El Aconcagua... no es navegable»... «El tren a carbón está en vías... de extinción»...«En los ríos del litoral se pesca pa´ mí»... «En las mesetas la lluvia es seca, pero se siembra mucho guanaco y llama»...«El calendario es una planta de hoja caduca»...
La cara de la maestra se había vuelto irreconocible. Era una
mueca extraña.
Estaba deformada como la de mis compañeros. La clase entera se doblaba en dos de risa. Cuando pudo hablar de nuevo, la seño me dijo:
–Nunca escuché tantos absurdos juntos. ¡Me alegraste el día! No te voy a poner nota, pero el viernes, a la tercera hora, te tomo de nuevo.
¡La tercera hora! ¡La suerte me sonreía! Pero esas cosas suceden una vez en la vida. Desde ese día, mis amigos y yo usamos los recreos sólo para jugar.
Y cuando es necesario, para ayudar a compañeros en apuros con nuevos planes «Maestros»